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lunes, 15 de noviembre de 2010

La Orden de las Sombras.


Continuando el hilo perdido en Asesino...

Desde el balcón contemplaba el patio de entrenamiento. Observaba fijamente al único superviviente. Había salido casi indemne, tan solo con algunos rasguños sin importancia. Hacía tiempo que ningún novato superaba la prueba. El aspirante aún pasó un tiempo recuperando el aliento sin perder ni un ápice de concentración. Aunque el resto de aspirantes yacían muertos o sin sentido, aún podría haber trampas por accionar, como la que había decapitado el cadáver que se desangraba junto a su pie derecho. El superviviente alzó la mirada hacia la balaustrada, hacia aquella figura alta, pálida y de barba cana envuelta en aquel hábito negro. Sacó una mano blanca y huesuda de entre las mangas del hábito y le hizo el gesto de que tirara el arma al suelo, luego regresó la mano al recoveco de la manga contraria sin mover ni un músculo de su expresión facial. El nuevo discípulo obedeció e imitó a su maestro, manteniéndole la mirada mientras su rostro representaba la más gélida indiferencia.

Por el pasillo que daba al balcón se oyeron unos pasos. Una figura, también envuelta en hábito negro emergió de la oscuridad, deteniéndose a la diestra de la primera, pero un par de pasos más atrás.
-Mi maestro... -dijo el recién llegado con voz temblorosa.
-Habla tranquilo, desde esta altura no pueden oírnos.
-Acaba de regresar el grupo de Himuerdo. Ya han acabado con casi todos los cazarrecompensas involucrados en el asunto del Conde de Úgera.
-Con casi todos...
Abajo en el patio el discípulo atendía a la conversación, tratando por todos los medios de forzar sus oídos para entender algo de lo que se estaba diciendo. El recién llegado, un hombre bajo y encorvado se expresaba con cierto nerviosismo, mientras su maestro no solo apenas movía los labios sino que no variaba ni su expresión ni la dirección de su mirada, él.
-Si, mi maestro, con casi todos. Cumpliendo con vuestras ordenes acabaron primero con ese delator de Ulrich y recabaron los nombres de todos los cazarrecompensas implicados. Habría sido más rápido si el capitán fuera un hombre más lenguaraz o si le la plata sirviese para tentarle, pero ese tal Taida es un hombre incorruptible.
Incorruptible, una palabra que oía en muy raras ocasiones. -Casi todos... -repitió con un ligero tono de impaciencia.
-¡Discúlpeme mi maestro -dijo, notando la queja de su señor-. El único al que no fueron capaz de hallar fue a Alberto del Castillo. Las últimas informaciones revelan que salió de la ciudad a los pocos días con el gesto demacrado y herido. Después de eso nada, como si se lo hubiera tragado la tierra. Fue el primero en quien sospecharon a causa de sus heridas. Nadie se enfrenta a uno de nuestros asesinos y sale indemne.
-"Nuestros" -pensó el Maestro de la Orden de las Sombras. Su escribano era un siervo especialmente diligente e inteligente, pero no lo suficiente como para percatarse de quien mandaba realmente.
-Procedieron a buscarle, pero no hallaron ningún rastro de él. Al resto de cazarrecompensas involucrados los encontraron en sus ciudades natales, en otras cacerías o en otros oficios más seguros, ejerciendo de mercenarios o guardaespaldas. Ninguno de ellos reconoció a los nuestros, nunca habían oído hablar de ellos ni los habían visto. Le han traído con vida al último de ellos, uno especialmente ducho en las artes del combate, para que usted lo use a su conveniencia.

El contacto visual entre discípulo y maestro no se había roto en ningún momento. Aún le faltaba mucho entrenamiento, pero estaba seguro de que había captado algunas palabras sueltas, las suficientes como para inquietarse. Su mirada le delataba.
-Haz que lo lleven a la cámara de torturas, pero que sea leve, lo suficiente como para averiguar si sabe algo, aunque sea muy remotamente, sobre ese cazarrecompensas perdido. Luego llevadlo a una celda, curad sus heridas y cuidarlo bien. Quiero ver en la próxima prueba de qué madera está hecho. Luego enviale a él -dijo señalando al novato con el mentón- junto con Hiltzaile a Puerto Nallacia.
El flamante discípulo notó que hablaban de él, así como la sorpresa del otro hombre.
-¡Pero mi señor, la especialidad de Hiltzaile es el asesinato, no el espionaje, y nada menos que un novato como acompañante! -dijo en voz alta sin importarle que el susodicho pudiese escucharle.
-¡Basta, Zasj! -exclamó el maestro mientras giraba la cabeza para clavar su mirada en el escribano, el cual dio inconscientemente un paso atrás-. Tu función no es contradecirme, sino obedecer. Haz lo que te ordeno.
El maestro le dirigió una última mirada a su nuevo discípulo y giró encaminándose al pasillo. A los pocos pasos de penetrar en su oscuridad se detuvo.
-Ciertamente tengo espías mejores que Hiltzaile, por eso mismo irá, para aprender. El novato no le representará una carga, más bien sospecho que será justo lo contrario, y aprenderá mucho más rápidamente junto a Hiltzaile que permaneciendo encerrado aquí. Ya le daré lecciones avanzadas a su regreso. En cuanto a ti... -añadió haciendo una exagerada pausa para escuchar la agitada respiración de su escribano- te recomiendo que de ahora en adelante medites bien cada palabra antes de pronunciarla. Tú mejor que nadie conoces las especialidades de mis discípulos. Yo conozco las tuyas, y me molestaría pensar que me he equivocado sobrevalorándote.
El escribano tomó aire tratando calmarse antes de responder.
-Todo se cumplirá acorde a vuestras ordenes, mi maestro -dijo con toda la serenidad que pudo acumular. Acto seguido se acercó a la balaustrada e hizo algunas señales con las manos que el novato no supo interpretar. Dos figuras con capas negras y con las cabezas tapadas por sendas capuchas emergieron de entre las sombras del fondo del patio y se colocaron a ambos extremos del novato. Éste entendió y se dejó guiar. Su atención se relajó en cuanto le dejaron en su celda.
-"Así que Hiltazaile y Puerto Nallacia" -pensó. Ninguno de esos dos nombres le decía nada. Eran sólo dos interrogantes a desvelar.

En su respectiva celda, mucho más amplia, el Maestro de la Orden de las Sombras también tenía sus dudas. Con la muerte del Cónde de Úgera y los otros testigos se había solventado aquel problema, pero la muerte de su asesino, uno de sus más eficientes discípulos, le seguía siendo un misterio incluso un año después. Él fue el número trece y tras él no murió ninguno más. ¿Quién era ese Alberto del Castillo? ¿Era él realmente el asesino de asesinos? ¿Qué le había pasado después de lo de Puerto Nallacia? Fuera él o no lo cierto era que todo había cambiado en la Orden. Aún no había cubierto las bajas. Ante la amenaza había aumentado el nivel de la prueba de acceso tanto que prácticamente nunca sobrevivía ningún candidato. Los que lograban salir con vida normalmente morían a los pocos días de sus graves heridas. Sin embargo... este chico nuevo había logrado un resultado impecable y presentía que sus dones no se limitaban tan solo a la lucha. Veía en él a un futuro gran asesino, tal vez incluso aún más poderoso que Hiltzaile. Sólo había una manera de averiguarlo. Los dos partirían al día siguiente.
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