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miércoles, 30 de septiembre de 2009

Diario del centinela, capítulo IX: confusión.

Ha sido un mes realmente confuso. Una sensación de caóticos eventos dedicados y destinados en exclusiva a sacudir mi vida de arriba a abajo. Por lo pronto mi padre estuvo un buen tiempo silente, sin saber qué hacer ni qué decir, más en su mundo, ensimismadado, que en este.

La situación no duró mucho. No diré que haya mejorado, sino que alguien tan hiperáctivo como siempre ha sido mi padre no iba a permanecer postrado sin hacer nada por mucho tiempo. Lo que me temo es que se haya puesto en pie para dar pasos equivocados. Para eso prefiero que siga acostado y descansando. Queda mucho camino por recorrer, para todos.

Mientras tanto, mientras llegan las soluciones al averno familiar, yo me reincorporé a mi puesto entre bostezos. Los primeros días fueron muy aburridos, poco transito de mercaderes por la Puerta Este, pocos problemas y demasiado charloteo con los compañeros. Poco a poco todo se ha ido animando, pero con problemas. Al parecer aquel problema diplomático en el norte ha afectado a nuestras armerías. Seguimos con nuestras armas reglamentarias, nuestras lanzas y nuestras espadas, pero ¡ay de romperlas o extraviarlas! No habrá sustitución. Tendríamos que buscarnos la vida para ir a comprarlas de nuestra propia paga. De flechas menos aún que hablar. Se acabaron las prácticas de tiro, ni siquiera para los que deberían estar entrenando como arqueros. Cuestan dinero y no hay, así que han recortado nuestros recursos, pero estoy seguro de que los gobernantes no han recortado sus banquetes. Por suerte mi carcaj está lleno y lo tengo bien guardado en la torre a disposición de cualquiera de mis compañeros que cumple guardia, como yo esta noche, que debería estar vigilando en vez de escribir. Paulo me guarda las espaldas. Sabe que me gusta disfrutar estos momentos de palabras y silencios encorvado ante el papel y guarda en silencio a sabiendas de que luego iré a su lado a compartir con él lo que me preocupa, o temas sin importancia para matar el tiempo mientras se acaba la noche o nos quedamos afónicos.

De todas manera, el tema de las flechas ya no me importa tanto, a pesar de que le había cogido cariño a mi vocación de arquero. Ya dije que me interesaba más el cuerpo a cuerpo, y es lo que estoy entrenando. La noche de autos, la temida noche de los tres nueves tuve que recurrir a las dagas en un divertido altercado con cartas, bebida y mujeres de por medio. Si lo contara sonaría a chiste, pero por suerte no llegó la sangre al río, o por desgracia, todo depende de como se mire. Aquella noche también me libré de dos visitas en la taberna, y descubrí que quien me ha dado la espalda se la ha dado a todos. No me importa en absoluto. En realidad me divierte ver como sus acciones confirman mis palabras. A la otra persona en cuestión me la topé días más tarde, y me ardió la sangre aunque logré disimularlo bien. En ese caso sus acciones confirman sus mentiras. Es curioso ver como dos personas cuya sola presencia hacía que me hirviera la sangre para bien ahora son capaces de hacer lo contrario hacer que me hierva la sangre para mal. Es lo que tiene esta perra vida, que no para dar vueltas como una moneda lanzada al aire, mostrándonos alternativamente sus dos caras en su leve vuelo, o si se quiere otro simil, como una atrevida partida de cartas, que unos días toca corazones, otros espadas, otros tréboles y otros diamantes. Aunque por aquí las cartas son distintas, por aquí, hasta nuevo aviso, pintan bastos.


Caos

De cabeza hasta el fondo
empujado por la corriente y la marea,
topándome de bruces
contra tu ferreo rostro.
Ármame y mándame a la paz
en misión de guerra,
a ver si de una vez me despellejan
o me pierdo de nuevo sin rumbo
o me encuentro, quien sabe,
en el fondo
de una jarra de cerveza
o de una taza
de humeante te negro.

30-9-2009
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martes, 29 de septiembre de 2009

Tu oficio, poeta...

En memoria de José Antonio Muñoz Rojas (9-10-1909 - 29-9-2009)  he grabado uno de sus poemas que recité el 23 de marzo de 2009 en la Casa de las Sirenas en su honor. Lo que valió entonces en vida valga también ahora en muerte. Descansa en paz, compañero de armas.



TU OFICIO, POETA...
Para que algo quede de este latir,
para que, si alguien quiera mirarse, pueda;
para calmar quizá alguna sed, y que alguien diga
«a mí me pasó algo semejante».
Los poetas estamos para eso:
para ofrecerles tránsito a los demás,
para que se encaramen sobre nuestros latidos, y que divisen
un poco más allá, en medio
de tanta oscuridad como nos circunda.
A veces nada tiene sentido, ni siquiera
que me des la mano o ese
limón redondo tan bello en la vereda.
A veces lo que tiene sentido no tiene sangre,
ese poco de sangre por la cual se muere.
Todo es ganas de morir de otra manera,
ganas de imitar a los ríos y que la tierra vea
que hay otras aguas y otras penas, y los cielos
contemplen misericordiosamente
nuestras peregrinaciones.
Tu oficio, poeta, es contemplar,
que todo se te escriba dentro; luego
quizá leer allí mismo, quizá decir a los otros
lo que allí mismo, escrito, tú lees.

jueves, 17 de septiembre de 2009

He llorado...

He llorado

Con el pecho invadido por la congoja,
la visión nublándoseme, el rostro
abatido, borrada mi típica sonrisa,
nunca de manera expresa
abiertamente a lágrima viva,
pero si recitando, como ahora,
revelando a verso descubierto
que una noche más
he llorado...
17-9-2009
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domingo, 6 de septiembre de 2009

El paciente de la sala 5.

El paciente de la sala 5
Ocurrió anoche, no podría precisar la hora exacta, las cinco y algo de la madrugada marcaba el reloj de la mesilla. Salí mareado de mi habitación, asfixiado por la inusual alta temperatura. El frescor del pasillo me alivió un poco, llegué a la cocina y tomé unos cuantos sorbos de agua fría. Ya refrescado y medianamente despierto desandé el camino hacia mi cama. Al asomarme al pasillo se veía al fondo mi habitación y su luz naranja se me antojó rojiza por unos segundos, como si algún infierno se hubiera desatado allí dentro. Entré en mi pequeño horno, me tumbé en la cama y me di cuenta que el paciente de la sala 5 era yo con la excepción de que aquella noche, aquel 5 de noviembre, fue su piel la que ardió y en mi caso es mi alma la que arde cada noche.

Fotograma tomado de la película V de Vendetta.
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martes, 1 de septiembre de 2009

Respuesta.

Respuesta

Escucha bien, ricura,
en este arte de la literatura
no es sabio dejarse llevar por la presura,
por la rima pura, su dictadura
se tornará en tu tortura,
dejará marcada tu escritura
con palabras inseguras.
Es mejor agarrar la empuñadura,
escoger las palabras con bravura
y componer lentamente la partitura
sin temor a las tachaduras,
ir levantando la estructura
de su arquitectura sin premura,
esperar también la picadura
de la inspiración, la conjura
de las musas que en esta aventura
acompañan a quien mantiene la compostura,
a través de líneas de intensa negrura
dando a los versos completa blancura,
su debida anchura y altura, su estatura,
su adecuada textura,
la forma final de la criatura
a la que sonreirás siempre con dulzura
en cada una de sus futuras
propias o ajenas lecturas.

Y en cuanto al tema mi postura
es dejar que suba la temperatura,
dejar paso a la travesura y la caradura
de exaltar sin censura su hermosura,
asirla de la curvatura de su cintura
y dejar en su corazón una quemadura
llevándola al extremo de la locura
atacando ardientemente sus labios con ternura.
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