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miércoles, 22 de febrero de 2012

Más Platón y menos Prozac

Mientras me dedico a leer lentamente lo último de Lou Marinoff, El poder del Tao, me he acordado tras un par de collejas que le suelta a Platón en el capítulo 3, que él tenía un libro titulado Más Platón y menos Prozac. Curioso usar a Platón como buen ejemplo en un libro y arrearle en otro posterior. También recordé un análisis del libro escrito por Javier Malonda allá por el 2005 y que me hizo carcajear de lo lindo. Os lo dejo aquí, directamente extraído (copy-paste) de su propio blog, http://www.elsentidodelavida.net/:



Más Platón y menos Prozac

Enviado por GonzoTBA en Dom, 03/07/2005 - 11:40
La filosofía es una afición que existe desde hace mucho tiempo. No me extrañaría que el de filósofo fuera el segundo oficio más antiguo del mundo.

Pasé mi adolescencia entre juegos de ordenador, películas de tiros, bicicletas en verano y tetas y culos impresos. Aquello era la felicidad por definición. Luego empecé la carrera.

Por algún motivo, en aquel momento caí en una profunda crisis existencialista. Probablemente coincidió con el primer examen para el que estudié y en el que me pulieron igualmente. La viva imagen de la impotencia. En algún momento me pregunté lo que todo el mundo se pregunta alguna vez: “¿Por qué yo?”. Pero a mí me pegó muy mal.

Pasé mucho tiempo intentando resolver esa pregunta y otras. ¿Por qué a mí?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos?, ¿hay gasolineras por el camino? Al final concluí que todo se reducía a una única pregunta: Si estás en lo más profundo del bosque y se te cae el jabón, ¿te puedes agachar a recogerlo?

Hace poco, en mi último regreso a casa, mi padré me pasó un libro: “Más Platón y menos Prozac”. Se supone que es un libro de Filosofía aplicada. El título viene de la cantidad de trastornos y síndromes nuevos que se identifican cada año en los Estados Unidos, y por ende, en el mundo. La cosa funciona más o menos así:

Antes, si en el colegio un niño más grande te daba de hostias, tú te ibas a casa y te jodías. Al día siguiente volvías a ir al colegio y el mismo hijo de puta te volvía a trabajar el estómago. Así pasaban los días, hasta que tú dejabas el colegio o dios te hacía caso y al crío ese lo atropellaba un camión. Desgraciadamente, lo normal era que tú terminaras la educación básica, dejaras el colegio, y el cabrón que te alegraba los recreos se quedaba repitiendo un curso detrás de otro y de paso cepillándose a la tía más buena del patio. Gracias dios, muchas gracias.

En el siglo XXI, si en el colegio un niño más grande te da de hostias, vuelves a casa y caes en una profunda depresión. Dicen que, así a ojo, hay un huevo de niños deprimidos. Nos ha jodido, claro que hay niños deprimidos. Vas al colegio y te dan de hostias, y por el camino te salen pelos en los huevos y te cambia la voz. Cuando te descuidas resulta que eyaculas, y tienes unos calentones filosóficos que no sabes de dónde vienen ni adónde van. Para colmo las tías ni te miran porque sólo están interesadas por el cabronazo que te parte la cara todos los días, que además a ellas no les hace ni caso o bien les mete mano y al día siguiente se va a la disco con Fulanita. Las niñas también están deprimidas; la adolescencia es una putada. Luego la vida va a peor.

En las últimas décadas, ese niño ya no sólo tiene depresión, sino que sufre el “trastorno del niño que recibe una somanta de hostias diaria”. El recién bautizado síndrome del niño-puching. Si tus padres van al terapeuta y le dicen que no creen que tengas un “trastorno del niño que recibe una somanta de hostias diaria”, el terapeuta les dice que tienen un “trastorno de negación de un trastorno del niño que recibe una somanta de hostias diara”. El psiquiatra os receta a todos tres cucharadas de Prozac al día y hala, a tomar por culo. El niño seguirá recibiendo hostias, pero estará encantado de la vida.

Lo que viene a decir el libro es que ahora todo se soluciona con antidepresivos; que resulta mucho más fácil, cómodo y aséptico tratar los síntomas que afrontar el problema. En estos tiempos que corren todos queremos una solución rápida, un atajo de teclado, y la industria farmacéutica está encantada con el asunto. Unta a los psiquiatras y éstos te ponen una pastilla bajo la lengua por la mañana y un supositorio en el trasero por la noche. Un negocio redondo. Sólo hay una pega: los problemas siguen sin solucionarse, y además se acumulan.

Si te partes una pierna en dos pero no lo sabes, una aspirina te aliviará de alguna manera los síntomas. Lo ideal será un chute de morfina, y lógicamente estarás encantado de que el médico te lo endose, que la verdad es que es una putada tener una pierna rota. El problema es que vas a seguir teniendo un hueso roto, y estar tomando aspirinas el resto de tu existencia no va a resolver nada; como mucho le resolverá la vida al farmacéutico de tu barrio. Lo que deberías de verdad hacer es ir a que alguien te haga daño poniéndote la pierna en el sitio. El primer problema es que, en la vida, la mayor parte de veces ni siquiera sabes que te has roto la pierna. El segundo problema es que preferimos tomar aspirinas.

—Usted tiene la pierna rota.

—No joda ¿Está seguro? Métame otro chute y lo discutimos mañana…

Siempre me había considerado un pequeño filósofo. Me parecía un poco pretencioso, porque eso de filósofo suena muy serio y yo no doy para mucho. Además pensaba que quien más y quien menos se planteaba todos los días las típicas preguntas de la filosofía clásica. Que si qué cojones hago aquí, que si adónde vamos, que si qué pasa después de palmarla, y así todo. Pero resulta que no, que no todo el mundo está preocupado por semejantes preguntas. Lo que realmente llena cabezas es algo más del tipo ¿Me llegará la pasta para pagar la hipoteca a fin de mes?, ¿Me compro el coche en rojo o en negro?, ¿Se me ven bastante las tetas con esta camiseta? Todavía lucho contra la idea de que este segundo grupo de preguntas ocupe la mente de la mayor parte de la humanidad que tiene el pan asegurado, pero temo que sea una lucha perdida de antemano. Y el caso es que son felices, los cabrones.

Freud decía que “Existen dos maneras de ser feliz en esta vida: una es hacerse el idiota y la otra serlo”. Empiezo a considerar la primera opción, pero me gustaría creer que existe una tercera manera de ser feliz en la vida.

Como digo, por lo visto uno puede ser un filósofo sin ningún tipo de complejos. Se conoce que al pensar por uno mismo se le llama filosofar. Que sí, que sí; un momento que lo busco en el libro:

”(…) la filosofía también es algo personal: usted también es filósofo. Tome cuanto pueda aprender de otras fuentes, pero si lo que quiere es encontrar una forma de ver el mundo que le dé resultado, tendrá que tomarse la molestia de pensar por su cuenta. La buena noticia es que, con el debido incentivo, usted es perfectamente capaz de pensar por sí mismo.”

Cojonudo, vaya chollo. Ahora que ya sabemos que nosotros también podemos ser filósofos, vamos a ver qué es eso de la filosofía aplicada y en qué nos puede ayudar.

A pesar de que las cosas sólo son de una manera, cada uno tiene una interpretación diferente para el mismo suceso. Si a mi jefe de MiniPerryAG le crece un cardo en el sobaco, para él puede ser una tremenda putada, pero para mí sería un soberbio motivo de jolgorio. El cardo sale únicamente en un sitio, es un suceso que no tiene discusión, pero el impacto en nuestras vidas es radicalmente distinto. Es como cuando la palmó la Lola Flores, que para el mundo de la farándula fue una conmoción y para mí, pues… como que no.

Esto es debido a que todo el mundo tiene un punto de referencia en su vida. Digamos que un eje de coordenadas cartesianos o algo así, una serie de cosas que permanecen más o menos inmutables en el tiempo y a las que podemos volver cuando la tarima se bambolea y nos mareamos. Estas referencias se van formando con el tiempo, y de vez en cuando se meten un meneo o, directamente, se van a tomar por culo. Depende de lo que pase y de lo que ello signifique para nosotros y nuestras vidas.

Example.

Supongamos que creo que soy un dechado de talento literario; que a mi lado, los cuentos de Fuckowski se quedan a la altura de papel del culo, que diría Don Pastrami. Como tengo semejante don, me monto un blog de esos y me meto de lleno en la blogoesfera esa, codeándome con lo más granado y selecto. Cada vez tengo más y más lectores, y llega un punto en el que se me sube el pavo de tal manera que mis amigos ni me hablan (o no les hablo yo, que ya no me mezclo con gentuza). Veo un concurso de blogs en el 20 minutos y me apunto. Me lo tengo que llevar de calle, porque yo lo valgo. Esto va a ser un cake walk, que dicen los amis. “La hostia, cómo hablo inglés —me congratulo.— Voy a tener que pensar en escribir el blog este en la lengua de Chéspir a modo de reto, que esto del manco de Lepanto está ya superado”.

Toda este chiringuito está muy bien mientras te lo creas, es decir, mientras no pase nada que te vuelque la nave. Pero un día sucede lo inesperado, una hecatombe.

Resulta que no ganas el concurso, que se lo lleva el Nepomuk, o el Kirai, o la MISS Intelijente. Tu mundo se da la vuelta y el barco se va al fondo con el resto. Lo que antes era el suelo ahora es el techo. Necesitas unas vacaciones.

Los amis lo llaman reality check, y eso es más o menos lo que es. El sonido se apaga y hay un fundido a negro. Luego sale una voz que dice “Esto antes era así y así, y ahora ya no. Tu vida como la conocías ya no existe. ¿Qué hacemos?”. Entonces es cuando entra la filosofía aplicada.

Lo de perder el concurso de blogs no es condición necesaria para sufrir un reality check, sino que depende de la persona y de su sistema de referencia. Puedes tener que huir de tu país por tus ideas políticas, o se pueden morir tus padres en un accidente de tráfico, o te puedes quedar parapléjico montando en bici. Si eres lo bastante inestable filosóficamente hablando, entonces te bastará con perder un concurso de blogs, y entonces sabrás que tienes mucho trabajo que hacer contigo mismo.

El tío del libro cuenta que se lleva 2.500 años dándole vueltas a todos los asuntos posibles, y que cuando te tienes que replantear algo siempre hay ya alguien que lo ha hecho antes. Si no ha sido Platón ha sido Buda, o si no Kierkegaard o Leibniz, así que no hace falta que empieces otra vez a pensar desde el principio.

Ha sido interesante dar un repaso a la filosofía desde que empezó. El payo del libro tiene razón: ya hay un tío que había desarrollado antes que yo mi teoría sobre que el ser humano es intrínsecamente egoísta; un tal Thomas Hobbes. Él no lo llama egoísmo sino amor propio, pero sigue siendo lo mismo. Cito textualmente:

“Las personas obran por interés propio. Incluso cuando servimos a los demás, solemos hacerlo porque nos reporta beneficios o porque no hacerlo iría en nuestro propio detrimento. Aunque las personas sacrifiquen su vida por el prójimo en tiempos de guerra y otras circunstancias extremas, no puede decirse que ésta sea la norma. Habitualmente, por no decir ante todo, el altruismo satisface una necesidad propia.”

Amén, amigo Hobbes. A ver si el Chano le hace a usted caso, que a mí me sigue llamando cerdo egoísta cada vez que le expongo mis teorías sobre las relaciones humanas y eso que usted llama amor propio.

En fin, no seré yo quién os explique El Sentido de la Vida, que yo ya tengo lo mío reconciliando mi mundo con lo que parece ser que es el mundo real. En cualquier caso recomiendo el libro, pues aunque tiene pasajes más densos (lo que se suele llamar aburrido), nos recuerda que la filosofía debería ser una asignatura obligada en la vida. Y al alcance de todo el mundo: 513 páginas por 7.90. Eso sí que es filosofía barata.

Si todavía no lo has hecho, nunca es tarde: Piensa; cambiará tu vida.