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viernes, 31 de julio de 2009

Diario del centinela, capítulo VII: Quemando el infierno.


Mi estancia en la atalaya me devolvió más taciturno de lo que ya era. Hasta Paulo se dio cuenta de que estaba más callado que de costumbre, tras tratar más de una docena de veces de hacerme hablar para saber que me pasaba y no responderle ninguna. A pesar de mi firme propósito de no seguir dándole vueltas al tema, aún había preguntas que me acosaban, había nuevas preguntas, ¿qué podía hacer para cambiar mi situación? ¿Cómo se escapa del infierno? Necesitaba tomar medidas, acción, ¿pero cuales?

Inútiles hasta la fecha habían sido mis intentos de escapar de mi propio infierno por arriba, a sabiendas de que la línea más corta hacia el cielo era una línea recta en vertical. Pero sin alas no se puede volar. En su lugar me había dado cuenta de que había creado una especie de escalera de tres patas a la que me había dedicado a subir y subir, hasta donde el calor de mi infierno no fuera agobiante. Cada una de las patas de dicha escalera representa una manera que tenía de refugiarme de todo tipo de dolor que diariamente me asolaba. Rompí la escalera.

Estaba claro que por arriba no iba a escapar de mi infierno, ni con alas, ni con escalera, ni con ningún tipo de artilugio. La única manera de salir del infierno era atravesándolo, de punta punta, costase lo que costase. Ya fuera encontraría la manera de subir al cielo, pero lo primero era salir de mi propio infierno a la de ya. Rompí la escalera porque no consideraba noble salir de allí con ayudas, tan solo debía ser mi alma desnuda paso a paso por aquel reino de fuego, dolor y sufrimiento. Pero no anduve mucho...

Quemé mi infierno, maté a mis demonios internos, excepto al mayor de todos, que le hice tragarse los restos de todos mis sueños rotos. Siempre estará esa sombra tras de mi, pero al menos estará callada durante el tiempo que le dure la indigestión. No hay infierno, nunca hubo más infierno que aquel en el quise creer, y al cual hice un pequeño hueco en mi mente y un gran lugar en mi espíritu. Ahora no hay nada, tan solo el orgullo de haberlo convertido en un grandioso imperio de ruinas y cenizas.

Decisiones, acciones, sí, hay muchas que tomar, y las estoy tomando y acatando. Curioso esto de seguir ordenes propias en lugar de solo las de mi superiores. Lo primero, alzar la mirada, alzar la sonrisa, alzar mi bandera victoriosa y quitarle la preocupación a Paulo devolviéndole sus comentarios con un chiste. Siempre le tuve por un novato y un bocazas, y ha sabido estar en su amistoso puesto. Creo que será lo segundo, cambiar mi actitud ante ciertas personas. Lo tercero... soy un centinela, pero mis técnicas están muy oxidadas. Mañana mismo empezaré clases de esgrima, a mejorar en el uno contra uno, cara a cara... Mientras tanto, la noche es larga y toca guardia en mi torre. ¿Qué haré con mi alma, con ese reino de ruinas y cenizas? Bueno, se dice que cierto pájaro es capaz de renacer de sus cenizas, y para subir al cielo al que quiero subir no me vendrían mal un par de alas.


Alas

Para escapar de mi infierno
usé su indómito fuego
y en mis más profundas noches
forjé unas alas,
mas no de hiriente épico acero
que acaba siendo inerte y frío, no,
me he forjado unas alas negras,
estallé el tintero en mis manos
y la dejé caer, derramarse.
Luego pasé mis dedos doloridos
sobre el papel manchado
y tracé mis recuerdos futuros,
la oquedad de mis días ya pasados,
la raigambre de todos mis tiempos
y me las clavé a la espalda.

Ahora me elevo sobre las ruinas
de mi torturada psique.
Mi infierno no es ya más que cenizas.
Su fuego me lo llevo grabado en el pecho,
creo saber a qué cielo, a quién paraiso.

1-8-2009
Safe Creative #1004015887327

1 comentario:

Mi Misma dijo...

300 lerus por 15 horas semanales... ahi estamos... que no se si he han jodio o me han hecho un favor, pero bueno...