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miércoles, 1 de septiembre de 2010

Diario del centinela, capítulo XX: Justo juez.


... Pensaba no escribir nada, tan solo dejar tres puntos suspensivos que irían poco a poco perdiendo sentido en mi recuerdo, hasta que todo se diluyese completamente en el olvido. Pero tras pensármelo dos veces, como debería hacer, concluí que era mejor dejar algo más concreto, concederme el placer de la pluma, pero sin entrar en detalles.

De mi amada solo diré que no funcionó. Como escribí hace tiempo, el amor es cosa de dos, no de uno solo. Yo puse la parte que me correspondía pero no hubo eco. Punto. Tras atender ese asunto me retiré el resto de mi estancia al formidable fuerte de San Juán de Ulúa, en Veracruz, aún en plena construcción, tanto fuerte como creciente polis. Aprendí y disfruté mucho durante mi estancia. Los arquitectos que vinieron conmigo traían ideas innovadoras que ansiaban poner en práctica en emplazamientos de nueva planta. En el Viejo Mundo no les era apenas posible. Los antiguos castillos se reconstruían o se abandonaban en ruinas dependiendo de la urgencia militar. Había pocas nuevas fortificaciones y las que había estaban en manos de viejos arquitectos que hacían las construcciones a la manera de sus antepasados. No había miedo a los nativos que llevara a idear nuevas formas de defensa, tan solo era curiosidad y precaución. Cualquiera de nuestros enemigos del Viejo Mundo podía hacer el mismo viaje que nosotros y atacarnos. En ese caso se encontrarían con fortalezas de tamaños y capacidades muy distintas y superiores a las que estaban acostumbrados a asediar. Esta en concreto no está solo hecha de piedra, sino del mismo coral sobre el que está construida. Un cinturón de coral la rodea y la protege, así como da cobijo contra la intemperie a los barcos que nos aguardan amarrados.

Me reencontré con viejos compañeros de instrucción en el fuerte y campamentos aledaños. La vida allá les había cambiado por completo. Eran más felices, eso no lo voy a negar. Aquella tierra era fácil de conquistar y defender, nada que ver con las presiones que aún sufríamos en la tierra patria. Me resultó muy tentadora la indecorosa proposición de quedarme a vivir allá, pero ya nada me ligaba a aquella tierra. Mi corazón y mi alma habían residido allí por un tiempo, pero ya reunidas de nuevo todas las piezas de mi ser no tenía ningún motivo para no regresar a mis quehaceres en mi hogar. Creo que es la primera vez que nombro a mi ciudad natal como “hogar”, pero es así como la siento ahora. Mi labor de centinela se ha visto reforzada. Nunca fue una obligación, es ahora mucho más que una labor, es una fervorosa devoción hacia mi sino libremente elegido.

Me traigo también de vuelta una curiosa reflexión. En la capilla del fuerte hay una imagen de Cristo Juez. Me resultó divertida y amarga esa afirmación. Divertida, porque de ser Cristo un juez sería tan perfecto que los centinelas como yo no seríamos necesarios (ojalá nadie tuviera que empuñar nunca ningún arma); amarga porque, de ser cierto, mi balanza personal está bastante desequilibrada. Muchas fechorías tendría que hacer para hacerme justo merecedor de los infortunios que me asolan. Ya pensaré en algunas cartas bajo la manga para cuando me consienta alguna bellaquería contra quien se la haya ganado. Mientras tanto, de regreso al hogar y a mis deberes.

Mi sitio está en el Viejo Mundo...




Dieciséis veinte dos

Yo solo sé que hay sangre
latiendo en corazones muertos,
cadáveres centenarios que aún respiran,
gritos blasfemos de cuerdos
y locos que callan verdades como puños.

2-9-2010
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