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martes, 26 de julio de 2011

Karánsebes.


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Durante mis estudios tuve la suerte (o la inmensa desdicha) de tener a dos profesores apasionados por el arte de la guerra. Concretamente eran los profesores titulares de Historia Antigua e Historia Medieval. Más concretamente las especialidades del profesor de Medieval eran la Guerra y la Iglesia (confesión la cual nos sorprendió dada nuestra supina ignorancia de la intensa relación entre ambas áreas). Eran sobre todo especialistas en discutir cerveza en mano que Edad había desarrollado tal o cual unidad militar o invento más o menos bélico. Como nunca se ponían de acuerdo acababan insultándose en latín medio ebrios. ¡Que dulces tiempos aquellos!

Con ellos aprendí múltiples anécdotas sobre la guerra, como aquella batalla entre hoplitas (y no estoy hablando de los 300 ni las Termopilas), escudo contra escudo, que se saldó con ¡un herido! tras horas de lucha. Obviamente el bando del herido fue el perdedor. O aquella Cruzada Infantil ya en el siglo XIII, en la que miles de niños de Europa bajaron hasta Niza (Francia) esperando que al llegar al mar éste se abriría en dos como se abrió el Mar Rojo a Moises y pudieran seguir andando hasta Tierra Santa y reconquistarla (el final no os lo cuento pero es previsiblemente desastroso, seguid el enlace unas líneas más arriba si os place).

El resto de profesores de Historia no fueron tan guerrilleros ni tan divertidos (lo siento por los aludidos, la economía me traía al fresco, yo quería sangre), aunque la Historia Contemporánea, el siglo XX para ser más exactos, me dejó realmente asqueado con tanta muerte sin sentido y con alguna que otra anécdota más, como la Tregua de Navidad durante la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo ha tenido que ser el ABC del gimnasio el que me ha llevado a una palabra, demostración definitiva de que inteligencia militar son dos términos contradictorios. La palabra es Karánsebes.

Aunque la historia está en Wikipedia me voy a dar el gustazo de contárosla a mi manera. Situaos en un 17 de septiembre de 1788, fines de la Edad Moderna, apenas un año restaba para la Revolución Francesa. En la actual Rumanía, la ciudad fronteriza de Karánsebes se encontraba en vísperas de una invasión turca. Hacia allá se movilizó un ejército de 100.000 efectivos del ejército austriaco. En aquel entonces era norma que los ejércitos estuviesen compuestos por tropas de distintas nacionalidades, e incluso mercenarios. A ningún soldado le gustaba atacar a su propio pueblo en caso de revueltas internas pero los soldados extranjeros no tenían inconvenientes de realizar dichas infames tareas. En este caso las fuerzas austriacas eran en su mayoría italianos, serbios, croatas, húngaros y rumanos. Muy pocos hablaban alemán, la lengua del Imperio.

Los primeros en llegar a Karánsebes fueron los húsares, jinetes húngaros como los que aparecen al principio de este texto. Eran un grupo de vanguardia dedicados a explorar el terreno y eliminar a cualquier turco que hubiera sido enviado con la misma misión. Sin embargo allá no había ningún turco, aún. Tras asegurar la zona y establecer el campamento apareció un grupo de gitanos con la flagoneta cargada de malacatones que vendían aguardiente, así que aprovecharon la oportunidad para comprar unos cuantos barriles.

Los siguientes en llegar fueron los infantes. Viendo el ambiente festivo en el campamento solicitaron su ración de aguardiente. Los húsares se negaron en redondo. Los barriles eran suyos y ante la posibilidad de que a la infantería se le ocurriese alguna estupidez improvisaron barricadas alrededor de los barriles. Comenzó una disputa que acabó con un disparo al aire, supongo que por algún oficial intentado poner orden. El disparo tuvo el efecto contrario. Alguien creyó que el tiro procedía de fuera del campamento, de algún francotirador turco y se oyeron gritos de ¡turcii, turcii!. Los húsares hicieron lo que sabían hacer, subir a sus caballos y buscar al enemigo. Como no sabían donde estaba el enemigo daban vueltas alrededor del campamento tratando de localizarlo. Los infantes, en el centro, iban de un lado para otro tratando también de averiguar donde se hallaba escondido el enemigo. No debía estar lejos puesto que se escuchaban gritos de ¡Alá!, el grito de guerra turco. Estos gritos eran en realidad gritos de ¡Halt! de los oficiales austriacos tratando de detener el caos.

Mientras en el campamento la situación se había enredado sin que aún hubiese llegado la sangre al río ocurrió que más fuerzas austriacas llegaron al lugar. Una sección de caballería vio a los húsares a galope tendido rodeando a la infantería en el campamento y creyendo que era un ataque de la caballería turca se lanzaron a por ellos sable en mano. Al mismo tiempo otro grupo, es este caso de artillería, creyó que la caballería que cargaba contra el campamento eran los turcos, así que abrieron fuego contra ellos.

A medida que iba pasando el tiempo más y más tropas austriacas entraron a la trifulca, todos pensando que los otros eran los malos turcos, todos atacando a todo lo que se movía. Tras horas de batalla los supervivientes se dieron a la huida.

Dos días más tarde, el 19 de septiembre de 1788, los turcos llegaron a Karánsebes encontrándose con un ejército... de 9.000 cadáveres... Habían ganado la batalla sin ni siquiera tener que luchar. ¡Y ya que era viernes y los gitanos tenían aguardiente pues le dieron al bebercio!

Es broma, lo de beber (puede), lo de que era viernes si es cierto. No encuentro nada más sobre Karánsebes, pero he de suponer que consiguieron invadirla dado que está registrado que en aquella guerra los turcos estuvieron derrotando a los austriacos hasta el año siguiente. Fue entonces cuando se enteraron que Austria estaba aliada con Rusia y nada pudieron hacer contra las fuerzas militares combinadas de ambas naciones, sobre todo cuando su aliados, los prusianos, les negaron ayuda alguna. El resto, como se suele decir, es Historia; la historieta y la histeria terminan aquí, no sin antes recuperar también de mis recuerdos un poema del poeta argentino y residente en Madrid, Carlos Salem, titulado Los Malos (en el siguiente vídeo se puede escuchar de viva voz a partir del 1:31).





Los Malos


Cuando era niño y quería ser un héroe
todo era muy fácil.


En la tele
los comanches eran los malos
los alemanes eran los malos
y después
los rusos eran los malos.


Una muchacha rubia y sudafricana
me contó bajo la luna añil de un verano patagónico
que los blancos eran los malos
y su piel desnuda brillaba bajo el agua del lago
como un fuego blanco.


Un viejo de donosti me explicó
que los españoles eran los malos.
La hermana de otra chica que
supuestamente
trabajaba en nueva york
limpiando escaleras en las torres gemelas
sabía que los árabes eran los malos
y cuando cae una bomba en gaza
los palestinos no dudan de que los israelíes
son los malos.


Cuando me hice trotsquista
los estalinistas eran los malos
cuando robaba coches
los policías eran los malos
ahora que publico novelas
los cabrones
que venden millones de ejemplares
son los malos.


Sigo queriendo ser un héroe
pero por favor
que alguien me diga
antes de que sea demasiado tarde
dónde están
quiénes son
y si es que existen
de verdad
los buenos.

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