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sábado, 18 de agosto de 2012

Comando familiar.

Vas a tomar una birra al local de un amigo y te encuentras esta picaresca:
Comando familiarPara los que no lo lean bien, transcribo:

COMUNICADO
El día 12 de agosto, Víctor, será secuestrado por el conocido "comando familiar" integrado por la esposa, la suegra de ésta y los hijos. Será trasladado al apartamento zulu que el comando tiene habilitado en Matalascañas. La fecha de su liberación está prevista para el 4 de sep. Abstenerse de pedir rescate. Se le tratará según la convención mundial de secuestros estivales: (comer, beber, dormir y descansos).
Gracias.
Amigos de la víctima.

jueves, 16 de agosto de 2012

Oaxaca, siete de agosto del 2010.

Rosa del desierto

Oaxaca, siete de agosto del 2010.

La tormenta prácticamente se había tragado ya todo el cielo. Quedaba tan solo un jirón azul en levante, que no tardaría en ser fagocitado por la gricisitud. La tormenta comenzó su lacrimoso recital. En pocos minutos le acompañaría su eléctrica ira. Sasha y Tikal ya se habían refugiado bajo el amplio techo de hojalata. Sasha, la pequeña beagle, aún me ladraba desde la distancia cada vez que me acercaba al amplio ventalón de mi recamara. Aún no se había acostumbrado a mi presencia.

Miré al muro de enfrente. Ya no había cuervos. Acababa de terminar un poema sobre los colibríes que se suponía debía haber y los cuervos que parecían estar vigilándome. Me giré para regresar a la cama. De reojo me pareció ver una pequeña ave azul... imaginaciones mías, supongo. Me senté en la cama cruzando ambas piernas y apoyé el cuaderno sobre ellas. Tenía un escritorio, una máquina de coser plegable en realidad, para dar rienda suelta a mi taciturno y solitario oficio de escritor, pero daba a una pared con la imagen de la Virgen de Guadalupe, no muy inspirador. La tormenta arreció. Yo prefería estar sentado sobre la cama de cara al ventalón, disfrutando tras la incierta inseguridad de un cristal del espectáculo que la Naturaleza me proporcionaba, escribir bajo la tormenta, de la tormenta, con la tormenta...

El motor del refrigerador me asustó, siempre lo hacía, tanto cuando arrancaba como cuando cesaba. Había uno de un metro de altura, viejo, ronco y molesto en aquella habitación de invitados. Había arrancado y distorsionaba con su ruido el magnífico concierto de incesantes truenos. Alcé la mirada desde el cuaderno a la ventana, nuevamente asustado. Oía golpes en ella. Por un momento temí que fuera granizo. Las sirenas empezaron a sonar, yendo y viniendo desde y a todas partes. Me paré a pensar que seguramente allá no conocían el granizo y sus devastadores efectos. No se les habría ocurrido tener en sus casas tantas y tan amplias ventanas de fino cristal. De existir el granizo en aquellas latitudes los cristaleros serían multimillonarios, aunque a juzgar por la ingente cantidad de vidrio empleado no debían precisamente estar hundidos en la miseria. De seguro que trabajo no les faltaba.

Oí ladridos. Me asomé. Tikal estaba hecha un ovillo bajo una hamaca de plástico blanco. Sasha se había acurrucado a tres metros de Tikal. No habían sido ellas. El perro de los vecinos siguió ladrando un poco más y calló. Revisé la ventana, que estuviera bien cerrada. Notaba frío a su vera.... rocé el cristal con la yema de los dedos... puro hielo. Resultaba incómoda pero soportable aquella frialdad y algo había en ella que me atraía. Revisé por enésima vez el poema recién escrito pero la luz era un bien que escaseaba. Prendí la lámpara de la mesilla de noche y regresé al catre. De retorno al candor de mi edredón recordé que mi anfitrión me tenía por friolento en lugar de friolero. Sonreí, me hacía gracia la expresión a la par que avivaba mi duda de si realmente existía dicha acepción o era, como yo suponía, una invención de su subconsciente. Friolento1 me hacía imaginarme como un lentorro para notar cuando hacía frío o como un ser violento en reacción a la gelidez, una especie de Yeti iracundo clamando por una manta. Un relámpago cercano iluminó la página que estaba leyendo...

Seguía lloviendo. El cielo, cubierto de nubes, pero había más claridad a pesar de que estaba atardeciendo. Otra sirena, tan lejana que no sabía como había sido capaz de sentirla. El abeto del vecino había dejado de balancearse. Con suerte tendríamos una noche tranquila. Lo pensaba más bien por el resto de habitantes de la casa. Yo siempre había tenido un sueño pétreo, ni terremotos ni tormentas habían conseguido nunca extraer mi consciencia de los profundos abismos oníricos en los que me sumergía cada noche. El cuaderno volvió a iluminarse. Los truenos ya sonaban con menor frecuencia pero cada vez más fuertes, más cercanos. Las alarmas de coches y empresas cercanas saltaban aleatoriamente. Miré a la izquierda, a la maquina de cos... al escritorio. Sobre ella había dejado una rosa del desierto que había comprado aquella misma tarde. Era difícil hallarlas mi tierra natal y aproveché para comprar un par de ellas a buen precio. Siempre había tenido antojo de una de ellas, para emplazarla en mi escritorio, junto a la reproducción del escriba sentado egipcio, cuya postura imitaba desde hacía rato. Además era buena manera de llevarme un pedacito de México, arena de alguno de sus desiertos cristalizada por la acción fulminante de un rayo. Me resultaba curioso tenerla cerca bajo una tormenta. Tendría que acostumbrarme.

Me resultaba también sumamente importante tenerla visible y presente. Era una metáfora y una lección que no debía volver a olvidar jamás. Al tacto y a la vista parecía una vistosa piedra ajada, en realidad, cristal impuro, aún con el color de la arena de la que provenía. Su mera presencia me decía que nunca nada es lo que parece.

Parecía amor la causa de que mis vacaciones estuviesen transcurriendo a nueve mil kilómetros de distancia de mi hogar, pero no lo era. Ella, hija de mis anfitriones, era mi razón para haber hecho trizas el tiempo y el espacio, por amor... pero ya se sabe, la historia de mi vida “te quiero, pero solo como amigo” y en realidad tratándome con tanta indiferencia como jamás lo haría ninguna de mis amistades. Seguía mirando la rosa del desierto. Era el recuerdo perfecto para aquel viaje. Sonreía felizmente, no había tristeza ni resentimiento en mis pensamientos ni en mi corazón. Ya se sabe, la historia de mi vida... mas esta vez venía bien preparando cualquier adversidad.

La anfitriona golpeó la puerta con los nudillos llamándome para cenar. Todos eran corteses en extremo, nunca entraban en mi recámara y nunca me decían nada desde el otro lado de la puerta sin delatar su presencia antes. Le contesté que bajaría en un minuto. Tras la ventana la tormenta había amainado. No había descargas, tan solo una lenta y tímida lluvia. Recordé y me pareció lejana la época en la que empatizaba con la lluvia, entristecía con ella, mas ya no. Mientras cerraba la puerta tras de mi le eché un último vistazo de reojo a aquella escultura cristalina, aquel pequeño homenaje a mi enésimo fracaso sentimental. Me pareció por un instante que había adquirido un tono rojizo...

Imaginaciones mías, supongo...
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1 Pues sí, existe:

friolento, ta.
(De frío y -olento, según modelos como vinolento y violento).

1. friolero.

friolero, ra.
(De frior y -ero, con disimilación de r).

1. adj. Muy sensible al frío.
2. f. Cosa de poca monta o de poca importancia. U. m. c. antífrasis.
3. f. irón. Gran cantidad de algo, especialmente de dinero.
4. f. ant. Frialdad, cosa falta de gracia.

martes, 14 de agosto de 2012

De días 13.

No, no voy a realizar una disertación sobre los martes y/o viernes y 13. Ni siquiera sobre los lunes 13, lo cual creo que ya realicé en cierta ocasión (y si no lo hecho no lo voy a hacer ya). Simplemente quería aprovechar para dejar constancia de una serie de casualidades o causalidades, vete a saber, que me han ocurrido este lunes 13 de agosto de 2012.

No sé vosotros pero yo, a la hora de la música, soy partidario de la reproducción aleatoria, tener una buena y larga lista de canciones y que a la hora de darle al play salte la que tenga que saltar. Hoy en particular, dentro de una lista de reproducción bastante movidita, ha saltado una bastante triste. No tan triste como para hacerme saltar las lágrimas, pero si lo bastante como para desactivar el modo aleatorio y dejarla sonando una y otra vez durante un buen rato. Me había dejado un tanto bastante más tontorrón de lo habitual, pensativo y melancólico, sobre todo melancólico, esa sensación que tan olvidada tenía.

De repente llamaron a mi puerta. Eso era raro. En un año era la segunda vez que llamaban a la puerta de mi piso sin llamar antes por el telefonillo. La primera vez fue un vendedor de imágenes de San Francisco Javier (tamaño A3) que se había colado o habían dejado entrar en el bloque. No me molesté en preguntar, simplemente le cerré la puerta. ¿Quién podía ser esta segunda vez? Me levanté de la silla con la melancolía aún clavada en el pecho, pero sonriente y contento de tener a alguien en mi puerta. Me alegran las sorpresas, sean del signo que sean. Llegué a la puerta, eché una ojeada por la mirilla... volví a mirar por la mirilla y me abrí la puerta.
–¡Hijo de la grandísima puta! –me dije. –¿Tienes idea de la cantidad de meses que me llevo esperando a que regrese?
Allí estaba yo, en mi propia puerta, con la misma sonrisa y serenidad de entonces.
–24. Exactamente 24 meses –me respondí.

Lo dicho en el párrafo anterior es ficticio, excepto lo del vendedor de imágenes en mi puerta... creo. Fue tan surrealista aquel instante que aún no termino de asimilarlo. Lo del vendedor de imágenes también tuvo lo suyo... Ya de vuelta en mi silla y mi melancolía miré el calendario y comprobé agosto del 2010. Luego, movido por un borroso recuerdo, revolví dentro de una abultada carpeta en la que guardo un poco de todo. Bingo. Encontré un billete de avión, fecha viernes de 13 de agosto, hora 13:00. Miré el reloj y calculé que allá eran en ese momento las 16:40. Salí a las 13:00, más 45 minutos de vuelo, más 15 para recoger la maleta y salir en furgoneta hacia Puerto Escondido (si, en una pista en medio de la selva es fácil y rápido recoger el equipaje e irse), más 1:30 para llegar al hotel Posada Real era igual a que justo en ese momento, 24 meses atrás, yo ya había entrado en mi habitación y estaba viendo desde la ventana...
Puerto Escondido... la playa, aquella playa en las que pasé tantas horas paseando, meditando y componiendo versos. Aún sin fotos la recordaba exactamente así, una gran porción de arena solitaria, la furia del Pacífico que con tanto ímpetu quería arrastrarme a su interior, ese conjunto de rocas a medio camino en las que me apoyaba a otear el horizonte y el ocaso, el conjunto mayor de rocas al final que delimitaba aquel espacio que con absoluta nitidez se había grabado en mi memoria. Mas, ¿qué había pasado con el paseante? ¿Qué había sido de aquel que tanto había cambiado en cuestión de días? No reconocía en el espejo a aquel que fui  Quizás, se me ocurre así a botepronto, que aún estoy allí, yo en Sevilla y él yo en Puerto Escondido. También podría ser una cuestión climatológica. Así como hay violetas que sólo crecen en las laderas del Teide puede que también haya personas que crezcan en el Nuevo Mundo y se marchiten al retornar al Viejo. O tal vez traerme una botella de medio litro con la arena de aquella playa no fue suficiente. O quizás fue mi naturaleza o mi destino o una serie de casualidades o causalidades o un doble sentido o el vendedor de imágenes de San Francisco Javier...


Vete a saber...
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sábado, 4 de agosto de 2012

La pistola de Chéjov.

En el segundo libro de 1Q84 (final del primer capítulo para ser más exactos) aparece una referencia a Antón Chéjov, más concretamente a la pistola de Chéjov.
pistola
Si habéis seguido el segundo enlace habréis llegado a la versión inglesa de la Wikipedia en la que se explica este recurso literario. Literalmente se debería traducir como "el arma fuego de Chéjov" en lugar de pistola, dado que la traducción de gun no es pistola, sino arma de fuego. De hecho en las tres referencias que se conocen del puño y letra de Chéjov dos hacen mencionan a un rifle y la tercera a una pistola.
Falta de profesionalidad de los traductores españoles aparte, el arma de Chéjov es un recurso literario calificado como vuelta de tuerca, es decir, un recurso cuyo fin es crear un giro inesperado en la historia. Sin embargo no es realmente ese su fin. El arma de Chéjov se basa en introducir un elemento en la historia aparentemente irrelevante (un simple elemento que se menciona por estar en el escenario) y más tarde usarlo para que se sepa cual es su verdadera significancia y peso en la historia. Si un elemento no tiene la más mínima relevancia ni va a ser empleado no debería ni siquiera mencionarse. Es más, Chéjov afirmaba que tampoco podía incluirse un elemento y olvidarse de él hasta mucho más avanzada la historia. En el caso del teatro comentó que si se incluía una pistola en el primer acto debía ser usado en el segundo; en caso de una historia, si el rifle aparecía en el primer capítulo debía dispararse en el segundo o tercer capítulo, y no más allá.
Hace poco, leyendo la novela Materia extraña de J.J. Gómez Cadenas, recordé ese fragmento antes mencionado y caí en la cuenta de que esa novela cae en el mal uso y abuso del arma de Chéjov. En Materia extraña no hay elemento irrelevante concurriendo además que ciertos elementos no entran a escena hasta bastante después de haber sido mencionados. Como resultado tenemos la confusión que produce presenciar situaciones con personajes que se han presentado mucho antes y que dado el cambiante hilo argumental de un personaje a otro ya no recordamos quien era ni a que se dedicaba. Ejemplo de ello es un personaje llamado Richard o Robert Gregoire (el autor le llama de ambas maneras al presentarlo) al que le dedica cuatro páginas en solitario en el capítulo 6 (página 56) y que no vuelve a aparecer hasta el capítulo 13, ya en la segunda parte (página 111). Ni siquiera en el capítulo siguiente en el que mantiene una conversación  con Rostam Sistani (otro personaje que sólo había sido mencionado) caí en la cuenta de que ese personaje ya había aparecido 55 páginas más atrás. No fue hasta mucho más avanzada la novela, cuando regresa a su ciudad natal, cuando advertí que ese personaje que aparecía muy puntualmente era el mismo que aparecía en los primeros compases.
El caso más destacado de mal uso y abuso del arma de Chéjov con el que me he topado es El Simarilion de J.R.R. Tolkien. Quienes lo han leído me lo han confirmado. La sobreabundancia de nombres (algunos personajes con varios nombres de hecho) y la muy puntual aparición de bastantes de ellos me obligaba a revisar el glosario que aparecía al final del libro cada dos por tres para recordar quien era el personaje del que se hablaba en cada momento. La primera lectura fue lenta y farragosa. Una vez colocadas todas las piezas en el tablero la segunda y posteriores lecturas han sido siempre un placer.
Tendré en cuenta este asunto del arma de Chéjov a la hora de escribir, aquí y en otros lares. De aquí borraré elementos que iba a tratar y al final no verán la luz. Los elementos que se quedaron arrumbados y que me interesa reavivar tendrán que pasar por algún proceso para que no suenen extraños después de tanto tiempo. Aún no tengo claro de que manera...




EDIT 6-11-2012: Un par de meses más tarde a Jot Down se le enciende la misma bombilla que a mi y publica un artículo titulado Mecanismos: Chéjov cogió su pistola, mucho más completo, exhaustivo, divertido y cinéfilo que el mío. Como doble y reciproca curiosidad Materia Extraña está a la venta en Jot Down Books...